jueves, 10 de noviembre de 2016

UN SUEÑO ESPECIAL






    Aunque soy pequeño, desde hace tiempo, mucho tiempo, soy dueño de un sueño. En mi sueño no hay guerreros, ni dragones, ni magos, ni gigantes, no hay princesas, no hay hadas, ni príncipes, ni ranas.
     Este sueño me daña, se repite y me araña. Me despista, me desgana, me golpea y me abraza, pero en el fondo me gusta, me ilusiona, me empuja y me dice que siga, que salte, que salga y que cambie.
     Hoy por la tarde, mientras mis padres no estaban en casa miré por la ventana y sentí que era el momento de empezar a bailar y desplegar mis alas. Sin hacer mucho ruido, de puntillas cogí una aguja, tijeras, telas, algunos bocetos, revistas y acuarelas que escondía bajo el colchón. Subí a la azotea y en ese momento tejí, cosí, corté, pegué  lazos, lentejuelas, parches. Conseguí después de algunas horas terminar mi gran traje que sólo veía en los sueños.
     Que bien me había quedado. En el pelo me puse un turbante que hice con unas bufandas de colores y corbatas que tenía mamá y papá. Frente a un gran espejo pinté poco a poco mi cara y comencé por mis ojos, mis mejillas y para mejorar mi sonrisa, sin prisa me senté en la repisa. 
     Hice mil muecas, saqué la lengua, subía las cejas, estiré mis orejas y de repente, vi una sonrisa como si estuviese cosida a mi cara y procure mantenerla toda la vida.
     Llegó el momento y casi desnudo metí mis pies, subí el vestido y de repente sentí un nudo. Mi corazón lo vio, esa era yo y me quedé mudo.

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